sábado, 26 de abril de 2014

La Espiga

Relato corto dedicado a todos los maños y mañas.

LA ESPIGA

Una tarde de invierno, una espiga de trigo, harta de la seguridad del arraigo a tierra, voló. Al primer vuelo, leyó el cuento de una princesa que, desde un castillo en lo alto de una pequeña colina de yeso, vigilaba una granja de gigantes que movían los brazos para asustar moscas y estorninos. “De ahí debe de venir el viento que me hizo volar” –pensó la espiga al iniciar su viaje.

Una mañana de primavera, la espiga, nadando por el aire sobre el río, se chocó contra el mástil de un gran velero que, estático y sin vela, unía los sotos de las dos orillas del Ebro. Bajó por el mástil y llegó al suelo. La espiga entristeció. “¿Ya ha acabado mi viaje?”-pensó. “¿Hasta aquí mi aventura?”. Pero no acabó. Un joven muchacho la cogió y, haciendo puntería con el ancestral rito de entresacar la lengua por la comisura de la boca y achinar un ojo, la lanzó hacia el jersey de su abuelo. Éste se giró hacia su nieto, al igual que se giró hacia toda la ciudad varias veces, hacia todo el pueblo, sonriendo por debajo del bigote y llegando a contar con la pequeña espiga en su canción.

Una noche de verano, la espiga, aunque triste, se separó del jersey y si siguió su viaje. Voló entre bailes, polvo y torcaces que, con acento de asombro, le saludaban cada mañana cuando la veían flotar entre los densos pinares de un gran parque recién bautizado.

Finalmente, en otoño, de madrugada, la espiga quiso descansar. Entonces vio molinos, puentes, castillos… Recorrió parques, ríos y canales, escuchó jotas y albadas… Se pegó en el jersey de todas las gentes que, en armonía con el cierzo, dan vida a la ciudad del viento.

Saúl Subías Rodríguez.-

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