viernes, 13 de enero de 2012

"El Ángel Templanza"

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Entonces sí que lloré, y este llanto ya no se trataba del gimoteo de un perro vagabundo al que se le ha quitado un hueso de pollo, sino del llanto más humano de todos los llantos: aquel que llora a un ser querido.  Pero ese ser querido no era mi padre, sino que era yo mismo.  Este tiempo no había pensado ni un solo momento en mí, en mi propio bienestar, sino todo lo contrario; satisfacer mis deseos era totalmente contraproducente a contribuir a sentirme mejor.  Me puse enfrente del espejo y por primera vez me sentí feliz.  En aquel momento todo se despejó, la razón volvió a mí, ya no pensaba el ser desprovisto de voluntad propia, sino el que tiene sentimientos y conciencia, y que la usa con racionalidad, en su justa medida y con el fin de alcanzar la armonía de los sentimientos.  Sabía lo que había pasado.  Un ángel.  Había pasado el ángel Templanza, y su envoltura con sus alas hacia mí se manisfestó en un simple choque en la calle, pero no bastaba con una intervención divina, pues las lecciones se aprenden de lo humano,  y fue el recuerdo humano de amor que yo sentí hacia mi padre lo que me hizo recobrar la razón.

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"El Ángel Templanza" Fragmento del libro "El Coro de los Ángles y otros relatos"
Autores: Nerea Beatove, Ana Belén Gracia, Eva María Gracia, Ricardo Lampérez, Sergio Lasheras, Pablo José Martínez, Belén Remacha, Juan Soria, Saúl Subías, Adrián Trujillo, Ángel Longás Miguel.

miércoles, 11 de enero de 2012

17-XI-2011

Aprendimos a servir a las metas
de un diccionario, a tontas y a galones,
A señoras que repudian las tetas,
lo extravagario y no aprueban canciones.

Aprendimos a loar a los timbres
de las ciudades, a mover los mapas,
situar tejados, botijos y mimbres,
los industriales, volar con las capas.

Aprendimos la vida por terceras
personas mudas, voz de la razón.
Los inquisitorios quema-rameras,
quema tetudas; falta corazón.

Y olvidamos al llegar a la edad
en la que muela, hígado y pulmón cantan
de pena, confundiendo la maldad
con las pamelas que en las tumbas saltan.

Y aprendemos otra vez, ahora bien,
nosotros mismos, que la solución
se encuentra solo en un tiro en la sien,
caer al abismo, reír el paredón.

Saúl Subías